Me está apeteciendo últimamente volver a escribir en este blog. Pero dado que aún no estoy del todo motivado (falta poco), os dejo con el mejor artículo sobre la crisis (odio esta palabra tan manoseada ya, pero no hay un sinónimo adecuado). que he podido leer (y creedme, leo mucho sobre el tema). El autor es el sabio Pedro Prieto, una verdadera autoridad con respecto al tema, y en realidad es un prólogo a otro artículo que podéis leer en el enlace. Sin embargo, tanta es la sabiduría de Prieto, que su prólogo es mejor que el artículo y, a decir verdad, es lo más conciso, limpio, directo y real que he leído sobre la crisis. Léanlo entero, no sean vagos, pues un mundo de conocimiento ignorado por el gran público está al su alcance.
Hace ya años que centenares de científicos llevan advirtiendo en sitios como
ASPO,
Crisis Energética y el propio
The Oil Drum que
el crecimiento capitalista es insostenible y tiene los días contados, pero la elite económica que controla el mundo suele acoger sus advertencias entre risas y descalificaciones apriorísticas, con el sonsonete de que “si siempre se ha crecido, siempre se podrá seguir creciendo”.
El cenit del petróleo
Pero no. La llegada del cenit del petróleo (y la del gas poco después) están a la vuelta de la esquina. El cenit del petróleo, lo recordaremos ahora, es el momento preciso en que las extracciones del subsuelo alcanzan su máximo posible, tras lo cual se inicia la cuesta abajo hasta llegar al agotamiento. Para la ASPO, el cenit ha llegado o llegará en algún instante entre 2006 y 2010 y, a partir de ahí, la producción decrecerá entre un 4% y un 6% anual. Otros, más positivistas (como la Agencia Internacional de la Energía y el U.S. Geological Survey), creen que no sucederá hasta la década de 2020, es decir, mañana en términos históricos.
El capitalismo, eso que el presidente español Rodríguez Zapatero llama estos días “sistema financiero” sin atreverse a pronunciar su verdadero nombre, necesita crecer para seguir existiendo, pero el crecimiento exige energía y ésta empieza a escasear. La energía fósil –exosomática, de uso intensivo y crecimiento ilimitado durante el siglo XX– es, por así decirlo, la herramienta del capitalismo para afianzar su dominio y expoliar a la humanidad y sus recursos sin tasa ni medida. Sin ella está condenado a morir. Sin ella, los actuales esfuerzos concertados de los países más rapaces para insuflar dinero en un sistema que empieza a dar síntomas de flaqueza, son y serán inútiles.
Y por más que algunos sueñen con la quimera del hidrógeno y otras energías renovables, no existe en el mundo un combustible capaz de reemplazar en tiempo y forma al petróleo en versatilidad, densidad energética por volumen y facilidad de transporte y almacenamiento. A menos energía fósil, menos producción de bienes y servicios. A menos bienes y servicios, menos capitalismo. El sistema avanza inexorablemente hacia el colapso. El enfermo no tiene salvación.
Gail the Actuary ya detalló esto en su artículo de 2007 que ofrecemos al lector tras este prólogo [pueden leer el artículo al que se refiere en el enlace que puse más arriba]. En el punto 4 y posteriores del apartado ¿Que pasará si no encontramos soluciones tecnológicas?, describió punto por punto lo que acaba de ocurrir ahora y emite hipótesis de lo que podría ocurrir a continuación. No se trata de quiromancia, sino de matemáticas elementales aplicadas con sentido común: el mundo en que vivimos corre al desastre porque es como un obeso a quien de pronto se le acaba su ración diaria.
Y como no existen –ni existirán– esas soluciones tecnológicas de su pregunta, todo el circo actual de inyecciones económicas en el sistema bancario es pura falacia, retórica hueca, castillo de naipes. Lo que resta de este prólogo está dedicado a deconstruir dichas mentiras.
El truco de la plusvalía y el dinero virtual
Con precisión matemática, ya descrita por Marx, el capitalismo ha organizado sus servicios financieros para que los préstamos –de los que obtiene la plusvalía que hasta ahora le ha permitido reinvertir y seguir creciendo– se le devuelvan con intereses. Así, los ciudadanos y los gobiernos del mundo se han ido endeudando con los poderes financieros. Antes, los ciudadanos empezaron debiendo la mitad de su esfuerzo humano laboral de 10 años para poder adquirir un techo cuyo valor material, en contrapartida, era de uno o dos años de esfuerzo humano equivalente (la diferencia es la plusvalía).
Pero en los últimos tiempos de neoliberalismo esos mismos ciudadanos han tenido que ofrecer por adelantado la mitad de 25 años de su vida laboral para poder cobijarse bajo el mismo techo, lo cual es un claro aumento de la explotación. Frente a ellos, en el otro lado de la mesa de despacho, alguien se apropiaba HOY de esa deuda y acumulaba un capital virtual que representaba el sudor humano producido hasta 2030. En Estados Unidos, el desajuste llegó a tal extremo que empezaron a concederse créditos a 50 años. El capitalista, por su parte, reinvertía de inmediato esa deuda futura en el juego multiplicador de los circuitos financieros.
El mecanismo funcionaba igual entre países pobres y ricos. A mayor cantidad de intercambios (materias primas y recursos en un sentido, bienes manufacturados en el otro), el desequilibrio de la plusvalía entre ricos y pobres iba creciendo. Y, entre tanto, al igual que el rey de los cuentos infantiles, el capitalismo se paseaba desnudo, vestido con dinero inexistente, mientras todos alababan sus lujosos ropajes neoliberales y su eficaz economía de mercado.
Hasta que alguien vio en algún momento que un crédito concedido a 50 años a una persona de 60 quizá no tuviese camino de regreso. Alguien calculó que quizá no se podía exigir a un país que empeñase todos sus recursos durante un siglo para pagar las deudas del siglo anterior. Alguien intuyó que eso podía no ser real. Alguien vio que si la economía –con la ayuda imprescindible de una energía fósil todavía en aumento– acrecentaba las producciones de bienes y servicios entre un 2% y un 3% anual (que ya es una enormidad, pues a ese ritmo se duplica la producción cada 25 o 30 años) y si las jugadas financieras de casino permitían multiplicar el capital a una cadencia del 12% anual, en realidad se estaba generando un dinero que no se correspondía con el mundo real. La brecha entre la cantidad existente de bienes materiales y el dinero circulante se iba agrandando.
¿Y por qué (casi) nadie dijo nada? Hay dos razones principales. La primera es que si había papel moneda circulando cuyo valor era diez veces superior al de los bienes y servicios realmente existentes era porque nunca se intentaba comprar la totalidad de dichos bienes al mismo tiempo. Hubiera bastado con que Bill Gates y unos cuantos miles más de capitalistas decidiesen materializar sus miles de millones virtuales adquiriendo el mundo para que se hubiesen dado cuenta de que no existía mundo suficiente.
El mismo principio se aplica a los pequeños ahorradores. Quien tiene un depósito de 100.000 euros puede, si así lo desea, comprarse un terreno en su pueblo sin problema alguno. Pero si, de repente, alguien grita “¡el rey está desnudo, el dinero no vale nada, hay que materializarlo!” y todos corren a los bancos, sucede lo que ha sucedido: que el truco de la plusvalía y el dinero virtual se viene abajo. El corralito argentino hoy es global. Ese rey llamado capitalismo está verdaderamente desnudo, su dinero no vale nada y, sin embargo, sus representantes en los gobiernos del mundo siguen jurando que está vestido con hermosos ropajes.
La segunda razón es que el capitalismo ha puesto a los ciudadanos a jugar también en el casino. El jubilado occidental que coloca en un banco su fondo de pensión exige que le rinda lo más posible, y ese lo más posible está muy por encima del crecimiento real de los bienes y servicios globales. Pero al ciudadano no le importa en absoluto qué es lo que hace ese banco con su fondo de pensión. Quiere plusvalía.
¿Y qué hace ese banco con su fondo de pensión? Muy sencillo, coloca el dinero para explotar a otros, obtener más porcentaje del que le ofrece al ciudadano y quedarse con una parte de la plusvalía. Matemáticas elementales.
El ciudadano de a pie, muy alienado por el sistema, vive así en una situación esquizofrénica. Cuando se pone la gorra de inversor, exige el mayor interés bancario para su dinero y con el menor riesgo posible. Quiero ese 15% que prometen, dice. Pero si se cambia de gorra y entra al mismo banco como solicitante de crédito, pone el grito en el cielo cuando le exigen avales y un interés del 8%. ¡Ladrones!, exclama, y no se da cuenta de la contradicción en que vive ni percibe el lado oscuro de este capitalismo popular, de casino, en el que todos juegan a ganar, cuando todo el mundo sabe que en la ruleta sólo gana la banca.
Los principales responsables, sin duda, son los grandes capitalistas que impusieron el sistema; tras ellos, los gobiernos peleles del capital. Pero también muchos ciudadanos, sobre todo en los países occidentales, que han jugado con sus ahorros a este malévolo juego.
Ya lo dijo Chomsky, nueve de cada diez dólares que circulan por el mundo son especulativos, virtuales, no existen fuera del papel moneda, nada los respalda.
Los economistas de la tierra plana
La tierra es una esfera y desde Magallanes se sabe que si uno avanza en línea recta sobre su superficie terminará por regresar al punto de partida. La energía fósil que yace en su interior es, pues, limitada, finita. Cuando se termine, ya no habrá más. Sin embargo, las universidades y los medios de comunicación desbordan de economistas que siguen basando sus cálculos y predicciones en un mundo de energía ilimitada, infinita, capaz de alimentar un crédito también infinito. Por muy absurdo que parezca, mentalmente consideran que la tierra es como antes de Magallanes, plana, sin fin, lo cual capacita al ser humano a ir siempre más lejos en busca de más recursos. Son los denominados “economistas de la tierra plana”.
Quienes no creemos en la multiplicación de los panes y los peces ni entramos en el juego ilógico de los economistas de la tierra plana, que estos días monopolizan los medios a todas horas, sabíamos que el sistema iba a explotar, lo habíamos dicho por escrito. Cayó el mercado y quienes llevábamos años proponiendo –sin que nadie nos hiciese caso– el decrecimiento programado, socialmente responsable, voluntario, consciente y lo más ordenado posible, seguimos siendo marginados por un crash course de capitalismo financiero, una clase magistral de explotación que ha obligado a decrecer un 30% a todo el mundo en apenas tres semanas. ¿Y cual es el castigo que se les impone a los responsables del desastre? Más dinero virtual a su alcance, es decir, la huida hacia adelante.
Veamos lo que ocurre en España: Rodríguez Zapatero jura con pompa el viernes pasado que el sistema financiero español es sólido como una roca; luego, viaja a París, donde se reúne con los demás líderes europeos; regresa el lunes y dice que es imprescindible inyectar cientos de miles de millones de euros en nuestros bancos. Y a nadie, a ninguno de los economistas de la tierra plana, parece sorprenderle tamaño disparate.
Tampoco nadie parece preguntarse de dónde va a salir el billón y medio de euros “inyectados” por Europa para estabilizar el sistema. Todos, a empezar por los ministros de economía –que no saben ni de lo que hablan o sí lo saben y mienten– y siguiendo por los “expertos” que pululan por doquier, recitan su letanía como frailes de antaño: Avales o Auxilium christianorum, ora pro nobis; garantías o Turris Eburnea, ora pro nobis; mercado interbancario, ora pro nobis; seguridad y confianza o Virgo prudentissima, ora pro nobis; Mercado o Domus Aurea, ora pro nobis; operaciones intradía, ora pro nobis; futuros sobre tipos de interés, ora pro nobis; opciones sobre tipos de interés, ora pro nobis; Bolsa de Valores o Sedes sapientiæ ora pro nobis; Reserva Federal o Consolatrix afflictorum, ora pro nobis; productos derivados o Rosa mystica, ora pro nobis, etc. etc.. “El Estado garantiza…”, dicen con voz solemne. ¿Y quién es el Estado? ¿Y qué es un aval o varios avales de más de un billón de euros? ¿Quién alimenta al Estado? De nuevo, impertérritos como siempre ante la realidad, embaucan a la gente con dinero virtual –basado en el sudor futuro de los contribuyentes– que ni existe todavía ni existirá, porque la crisis energética que se avecina tumbará antes el sistema que ellos pretenden salvar.
Pero entretanto han conseguido su objetivo: enterrar retóricamente el concepto de límites, de Non Plus Ultra. El sistema agoniza, pero ellos lo mantienen artificialmente en la unidad de cuidados intensivos, a la espera de que siga avanzando por inercia.
La crisis financiera es sólo la punta del iceberg de la crisis energética
Matt Simmons, un multimillonario radicado en Houston, asistió a la última conferencia de la ASPO en Sacramento (California) con una presentación titulada “El petróleo y el gas: el siguiente fundimiento”. Simmons es presidente y dueño de la empresa Simmons & Company International, una de las mayores del mundo en asesoría financiera en asuntos relacionados con la energía. Fue asesor energético del gobierno de Bush, es republicano y, con estos credenciales, nada sospechoso de marxismo. Pero tiene de original que le ha dado por decir la verdad sobre lo que se nos viene encima.
Entre las cosas que cuenta, una de ellas es que hoy Estados Unidos tiene en los depósitos de sus 220 millones de vehículos unos 78 millones de barriles en gasolinas y diesel. Pero sus reservas estratégicas de estos líquidos combustibles refinados en los grandes depósitos del país más rico y potente del mundo son hoy de apenas 87 millones de barriles, el nivel más bajo desde 1969. Y asegura que la cosa es estructural, no coyuntural. Bastaría con un duro invierno en 2008-2009, con cualquier eventualidad, con un problema de suministro por accidente, guerra o sabotaje en el estrecho de Malaca o en el de Ormuz para que Estados Unidos y gran parte del mundo se quedasen, en una semana o dos, en un mes o dos, con la flota de transporte inmovilizada. Y eso, según Simmons, sucedería una semana antes de que los mercados de alimentos, que él denomina “Mercados Starbucks” (en referencia a los modelos de consumo ciego y con suministro just in time) se quedasen sin existencias para ofrecer lo básico a la ciudadanía.
Esto es lo que nuestros gobernantes y economistas de la tierra plana tratan de ocultar: que la crisis financiera sólo es la punta del iceberg, el efecto, no la causa del problema. Pues el problema hunde su raíz en el agotamiento del modelo tras la llegada al cenit o punto máximo del flujo del petróleo, que alimenta en más de un 90% a nuestra moderna sociedad capitalista.
Simmons debe estar loco, dirán muchos. Pero él responde que si hace apenas dos meses alguien le hubiese preguntado a Ben Bernacke, el presidente de la Reserva Federal usamericana (o a Zapatero o a Sarkozy o a Merckel por no ir más lejos, añadimos nosotros) que si el sistema podría desplomarse a esta velocidad, hubiese respondido con suficiencia: imposible, está usted loco, hay muchas garantías en el sistema. Simmons está convencido de que cuando la crisis energética afecte los puntos sensibles descritos aquí abajo por Gail the Actuary, la caída puede ser incluso más rápida, más dañina y más irreversible que el desplome financiero al que hemos asistido estas últimas semanas.
¿Cómo pudimos llegar hasta aquí, sesteando y creyendo las letanías de los economistas de la tierra plana? ¿Por qué seguimos consintiendo que tomen al asalto las televisiones públicas y privadas y monopolicen los espacios informativos con sus discursos falaces? ¿Habrá alguna vez, antes del Apocalipsis energético, debates sobre este urgente y trascendental asunto con economistas ecológicos, racionales, del mundo real y, por qué no, con ingenieros, geólogos, filósofos, poetas y ciudadanos dotados de sentido común?
Catarsis
Necesitamos con toda urgencia una catarsis y ésta no vendrá, por ejemplo, a través de los cientos de “inversores” que ahora protestan con pancartas ante el Banco de España para que éste los auxilie porque, dicen, ellos no sabían que sus fondos evaporados iban a ir a parar a Lehman Brothers. Fueron cómplices del sistema y el sistema los ha engañado.
No, la clase de catarsis que necesitamos es muy distinta. Harían falta millones de ciudadanos exigiendo ante la puerta de cada gobierno que admita de una vez por todas que el sistema está agotado y que, sin energía, el dinero virtual no hará crecer el trigo. Una catarsis que exigiese sangre, sudor y lágrimas, pero esta vez no para ganar una guerra, como en tiempos de Churchill, y luego seguir la senda de vino y rosas de país capitalista que exprime en beneficio propio a sus subordinados de la Commonwealth, sino para erradicar el capitalismo. Sería difícil y doloroso, pero más valdría que fuese voluntario y consciente en vez de impuesto por la realidad.